viernes, 19 de febrero de 2010


















La luna brillaba, las estrellas centelleaban y las nubes azules se oscurecian mientras el negro del cielo se volvia rojizo, como la sangre.


Mis ojos no paraban de salpicar unas amargas lágrimas, fruto del dolor, aquella persona a la que mi corazón tantas veces había concedido cada uno de sus caprichos, de la cual ahora no quedaba más que el lejano recuerdo de una fantasmal aparición una noche más en mis aposentos.


Me asomé a la ventana, desde allí mi vista se posó sobre la zanja, aquella profunda zanja, había estado horas cavando y ahora mis manos llenas de tierra temblaban de furia y dolor, estaba encolerizado, no comprendía como podía haber hecho eso, pero lo había hecho, su cadaver ahora reposaba sobre mi lecho, una cinta roja al cuello se confundía con la sangre de la herida.


Quiero olvidarlo todo, no me puedo creer lo que he hecho, voy a por la pistola.

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